Artículo Volumen 39, nº 50

Reseña: Elementos de Historia y Economía Agroindustrial

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Alberto Lecaros Alvarado

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El libro Elementos de Historia y Economía Agroindustrial (Valenzuela Silva, 2023) es fruto del trabajo de quien primero fuese mi profesor cuando cursaba la carrera de Ingeniería en Administración Agroindustrial, en el Instituto Profesional de Santiago (IPS), luego colega en la Facultad de Administración y Economía (FAE) de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), y actualmente un gran amigo.

Esta obra es una prolongación más elaborada, perfeccionada y actualizada de las materias que por años enseñó en su asignatura de Economía Agroindustrial. Junto con el director de la Escuela de Administración de aquella época (1985), Osvaldo Flores Weber (QEPD), el profesor Valenzuela ya vislumbraba la importancia que iría adquiriendo la agroindustria hortofrutícola, tanto en la vida económica nacional como en sus exportaciones, de la misma manera que lo hace la industria alimentaria en general, a la cual pertenece. No estaba equivocado. En efecto, la industria alimentaria, medida en todas sus dimensiones o categorías, es actualmente la segunda actividad de relevancia exportadora en nuestro país, después de la minera. Un aspecto que lo ha inquietado desde siempre ha sido el escaso o nulo interés de las disciplinas económicas por intentar modelar estas actividades, lo que abriría un amplio espacio para investigaciones teóricas y empíricas de mayor nivel académico. Y otro aspecto relevante de este libro, que de alguna manera refleja la personalidad del autor, es que lo comienza (su título) con la palabra elementos, algo más próximo a un bosquejo que a una obra terminada y que, por no sentirse poseedor de la verdad en absoluto, está abierto a la crítica y a otras investigaciones futuras que lo superen. Dicho esto, paso a exponer y a comentar los cinco capítulos que contiene su extenso trabajo.

El primer capítulo aborda aspectos teóricos relacionados con las distintas visiones, perspectivas y controversias que ha habido, algunas vigentes, sobre el concepto de agroindustria. El punto 1.1. está referido al enfoque que se le da a la agroindustria en este trabajo. El punto 1.2. revisa los elementos involucrados en la controversia sobre este concepto, desde sus diversas perspectivas. El punto 1.3. expone, a modo de reconocimiento, de manera muy sucinta y a riesgo de ser parcial o no ser fiel del todo, las visiones y particularidades de un conjunto de trabajos pioneros en el tema hasta fines de los años noventa. El punto 1.4. lo hace con algunos trabajos del año 2000 en adelante.

El autor señala que una mera revisión lógica permite deducir que el término compuesto agroindustria quiere significar industria del agro, y que la expresión abreviada agro hace referencia a la actividad o sector agrícola y no a otra(o). De acuerdo con los trabajos pioneros sobre el tema los aspectos básicos que debían considerarse en la conceptualización de la agroindustria eran los siguientes: a) los rubros o actividades primarias que componen el agro, esto es, su amplitud de horizonte o sectorial; b) el grado de transformación de la materia prima; c) el grado de integración vertical de la actividad agroindustrial (eslabonamientos o encadenamientos hacia atrás y hacia adelante); d) el tamaño de la actividad agroindustrial; y e) la localización geográfica donde se desarrolla la actividad agroindustrial. El profesor Valenzuela siempre tuvo una mirada escéptica a la concepción holística del tema, aquella que pretendía abarcar actividades que consideraba no propiamente agrícolas, aunque se realizaran en un predio, como las pecuarias y silvícolas, y más aún con las de carácter acuícola-pesquero. Desde luego, no extraña su conclusión: aquella concepción amplia de agroindustria, basada en el aprovechamiento de la mayoría de los recursos naturales renovables, que se genera a partir de las actividades agrícola, pecuaria, silvícola y pesquera, ha ido perdiendo relevancia en la vida económica nacional, para dar paso a posturas más acotadas y pragmáticas, acordes con el tratamiento económico que actualmente se hace de industrias específicas.

El capítulo 2 está referido a la historia de la industria alimentaria y agroindustria hortofrutícola chilena. El punto 2.1. expone aquellos antecedentes históricos del proceso de industrialización chilena que permiten configurar un desarrollo y cronología de su industria alimentaria y agroindustria hortofrutícola hasta 1930. Un aporte adicional es la generación de un catastro de empresas alimentarias fundadas antes de la crisis de 1929, muchas de las cuales permanecieron en el tiempo por el empuje de los inmigrantes europeos llegados al país. Este punto corresponde a una versión ampliada del artículo de Valenzuela y Contreras (QEPD): Industria Agroalimentaria y Agroindustria Hortofrutícola en Chile hasta 1930: Antecedentes para una Construcción Histórica. Historia 396, 3(2), año 2013, PUCV. Por su parte, en el punto 2.2. se hace una reseña de seis industrias de la época: Fábrica de Chocolate de Luis Giosía, Hermano y Cia.; Fábrica de Galletas de los señores Ewing Hermanos y Cia.; Fábrica de Fideos de don Emilio Arancibia; Fábrica de Conservas de Langosta y Bacalao de Juan Fernández, de Carlos Fonck y Cia.; Refinería de Azúcar de Viña del Mar de don Julio Bernstein; y Fábrica de Aceite de Cocos de Casa Comercial Williamson-Balfour & Co.; y de tres haciendas vigentes a fines de la segunda década del siglo XX: Hacienda Quilpué, Hacienda Jahuel y Hacienda Palomar de Panquehue.

Aquí el profesor Valenzuela despliega su esfuerzo en escudriñar toda bibliografía que pueda colaborar a su propósito, sin discriminación de fuente alguna, tanto en lo que se refiere a las controversias sobre la época en que surge la industria en Chile, como a las distintas versiones sobre la alimentación de los chilenos de esos años, por nombrar algunas. Como él reconoce no ser historiador, me ha señalado que sería pretencioso y probablemente infructuoso intentar, a partir de la información reunida, dar un relato hilado y del todo consistente a una materia en la cual contribuye con elementos, pero que deja en manos de especialistas. Aun así, y luego de revisar los antecedentes que tuvo a la vista, se inclina por señalar que la industria agroalimentaria es un fenómeno claramente perceptible ya en las décadas de 1840 y 1850, y particularmente en esta última, concordando con la postura de aquellos que sitúan los orígenes de la industrialización chilena en este período. Es la molinería, y más propiamente la industria de la harina y sus derivados, la principal actividad fabril relacionada con la mesa del chileno hasta prácticamente fines del siglo XIX. Las cifras y antecedentes revisados detectan un buen número de establecimientos industriales alimentarios fundados en esas fechas, revistiendo algunos un carácter más bien artesanal visto con los ojos del presente. Junto a la molinería y a las fábricas de harina comienzan a surgir las de fideos o pastas, de aceite comestible, de azúcar, de conservas de productos del mar, de salazón de carnes y pescados, de otros salmuerados menores, de galletas y afines, de frutos secos y de productos deshidratados vía solar. Acompaña a este proceso una inmigración europea que ha sido de vital importancia en la industrialización del país. La Guerra del Pacífico es el suceso que consolida la primera etapa del proceso chileno de industrialización. Una interpretación del profesor Valenzuela en conjunto con el profesor Roberto Contreras Marín (QEPD), a partir de la literatura revisada, pero que no figura en ella, es que este conflicto pudo ser ganado gracias al apoyo logístico brindado por las industrias que lo sirvieron, argumento que sustentaría la tesis de la existencia previa a 1879 de una importante capacidad instalada, que posibilitó un abastecimiento adecuado de las tropas chilenas.

En lo relativo a la agroindustria hortofrutícola, el secado al natural de frutas, precursor de los métodos modernos de deshidratación, se remonta a la época de la Colonia, con exportaciones incipientes de frutos secos, de las cuales se ignoran mayores antecedentes, hacia fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Aunque la conservación de alimentos vía calentamiento y salmuerado tiene una larga data en la historia del país, la conservería de frutas y hortalizas en tarros de hojalata, a escala y con procesos industriales, surge con fuerza a comienzos del siglo XX. Los jugos concentrados de frutas y hortalizas son un fenómeno moderno, pero algunas iniciativas por producir jugos naturales se encuentran también a inicios del siglo XX. Los congelados hortofrutícolas no figuran en este desarrollo, puesto que la capacidad de frío importada fue destinada durante las primeras décadas del siglo XX, por razones puramente económicas, a los rubros cárnicos y lácteos. La agroindustria hortofrutícola constituyó durante el siglo XX una actividad preferentemente sustituidora de importaciones que no logró un despegue exportador de relevancia sino a partir de la década de 1980, con la apertura comercial iniciada en la década previa. Por otro lado, las seis industrias reseñadas en el punto 2.2. dan cuenta del empuje empresarial y modernidad industrial de fines del siglo XIX, y las tres haciendas descritas sorprenden por su organización y multiplicidad de faenas agropecuarias.

El capítulo 3 se divide en dos partes. El punto 3.1. revisa algunas cifras destacables de la industria alimentaria y de la agroindustria hortofrutícola. Está subdividido en: últimas cifras noticiosas (3.1.1.); las cifras y sus fuentes (3.1.2.); y un ejercicio con las cifras de Chilealimentos (3.1.3.). El punto 3.2. está referido al modelamiento de las exportaciones de la agroindustria hortofrutícola y se subdivide en: un modelo simplificado para las exportaciones agroindustriales hortofrutícolas basadas en el descarte de exportación agrícola (3.2.1.); un modelo simplificado para las exportaciones agroindustriales hortofrutícolas basadas en producto agrícola exportable (3.2.2.); un modelo más elaborado para las exportaciones agroindustriales hortofrutícolas basadas en el descarte de exportación agrícola (3.2.3.); costos de intercambio, mercado, contratos y agricultura de contrato (3.2.4.); variables sobre las cuales puede influir el productor-exportador agroindustrial en distintos contextos institucionales, cuando utiliza descarte de exportación agrícola (3.2.5.); y economías de procesamiento, concentración en la agroindustria hortofrutícola exportadora y competitividad internacional bajo la tecnología de Leontief (3.2.6.).

Actualizando algunas cifras con el profesor Valenzuela, y tomando estos últimos cuatro años (2019-2022) es posible señalar que en promedio las exportaciones totales corresponden al 37,3% del PIB, las exportaciones de alimentos representan el 23,2% de las exportaciones totales, lo que reafirma a la industria alimentaria como la segunda exportadora a nivel país, y las exportaciones agroindustriales hortofrutícolas (en su definición más acotada) representan el 11,4% de las exportaciones de alimentos y, por lo tanto, un 2,6% de las exportaciones totales. Cifras promisorias y desafiantes hacia el futuro.
Sin embargo, el rasgo más notable de este capítulo, y tal vez del libro, es la formulación de modelos que explican las exportaciones de la agroindustria hortofrutícola y el rol que cumplen variables como el tipo de cambio, el precio internacional del producto procesado, el precio internacional del producto agrícola exportable, el precio de la materia prima agrícola considerada descarte de exportación, la capacidad de procesamiento de la planta en función de su maquinaria o tecnología de procesamiento y los costos de intercambio (transacción) involucrados en diferentes esquemas de abastecimiento de materias primas. Debo destacar los concernientes a los puntos 3.2.3. y 3.2.4., de completa autoría del profesor Valenzuela, quien me confesó que se vio obligado a formularlos luego de una larga y estéril búsqueda a nivel nacional e internacional. El modelo 3.2.3. está bien formulado en todas sus dimensiones a partir, claro está, de supuestos que permitan acotar su análisis. En 3.2.4. se incorpora un nuevo elemento que le da mayor realismo al modelamiento de la agroindustria, cual es el costo de transacción, clave para las distintas alternativas de abastecimiento de materia prima agrícola. Con esta incorporación el autor establece las condiciones de viabilidad (máximos y mínimos) para cada una de esas alternativas. Por lo mismo, y sin entrar al detalle, concluye que un rasgo esencial e insoslayable a la vez, cuando la modalidad de abastecimiento es agricultura de contrato, lo constituye la interrelación entre los costos de intercambio de las partes. El productor agroindustrial deberá negociar y decidir tomando en cuenta no sólo los suyos, sino también los enfrentados por su contraparte.

El capítulo 4 revisa, a partir de una serie de trabajos o estudios realizados por diversos autores e instituciones, la situación de los pequeños productores agrícolas y sus mecanismos de apoyo, así como la opción de la agricultura de contrato. El punto 4.1. centra su atención en distintas características de la pequeña agricultura y sus mecanismos o instrumentos de apoyo. Está subdividido en: pequeña agricultura, agricultura familiar campesina, agricultura familiar, pobreza y desigualdad (4.1.1.), y mecanismos de apoyo (4.1.2.). El punto 4.2. expone lo relativo a la agricultura de contrato, estando subdividido en: una opción para los agricultores en general y para los pequeños agricultores en particular (4.2.1.) y crisis hortofrutícola y agricultura de contrato (4.2.2.). Finalmente, el punto 4.3. da una mirada a la visión que había sobre estos temas hasta fines de los años noventa.

El profesor Valenzuela me ha explicado que este capítulo se basó fundamentalmente en revisión bibliográfica, alguna del último tiempo y otra que ya va adquiriendo ribetes históricos. De su lectura puedo destacar los siguientes aspectos: 1) La agricultura familiar (AF) estaría compuesta por cerca de 260.000 explotaciones, casi el 90% del total de unidades productivas del país. Por su parte, la agricultura familiar-campesina (AFC) estaría compuesta por unos 197 mil integrantes, conforme a la definición y cifras (2018) que maneja el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap); 2) Todo indica una importante declinación en el número de hogares que se dedican a la agricultura, tendencia que, de mantenerse, podría reducir el importante segmento de la mediana agricultura en Chile, pudiendo ser desplazada por la agricultura corporativa (transformación estructural); 3) Si bien el trabajo no posee datos actualizados sobre los hogares rurales del sector agrícola, la mejora distributiva de su ingreso per cápita en el periodo 2000-2011 reflejaría una mejora distributiva por vía propia más que mediante subsidios monetarios, la que puede haber sido lograda tanto por los estímulos que emanan del contexto económico en que se desarrolla la agricultura, como por los variados programas o mecanismos de apoyo estatal diferentes al mero subsidio monetario, tema sobre el cual no hay un estudio relevante ni concluyente para el sector; 4) El argumento de que la agricultura familiar no tendría capacidad de competir y desarrollarse en una economía de mercado, abierta al exterior y orientada a la exportación, va quedando sin relato, puesto que la experiencia reciente demuestra que es posible desarrollar estrategias comerciales que permitan acceder a la AFC y a ciertos segmentos de la AF –especialmente el de pequeños productores– a mercados internacionales de nicho, proyectando la agricultura familiar chilena hacia los mercados externos; y 5) Indap posee variados programas de apoyo a la AFC, disponiendo el año 2017 de un presupuesto institucional ascendente a unos $270.000 millones (en 2023 es de $350.868 millones). Por lo mismo, a juicio de algunos críticos y/o escépticos, tendría mucho sentido el realizar un estudio objetivo del impacto y efectividad de sus diferentes programas.

El quinto y último capítulo del libro revisa un conjunto de variables o factores relevantes que afectan la actividad agroindustrial, con un doble propósito. Por una parte, definir cada variable y desarrollar sus principales aspectos teóricos, partiendo por lo básico, con el objetivo de que el lector comprenda los alcances e importancia de cada uno de los temas que se tratan. Por la otra, ir exponiendo algunos hallazgos y/o antecedentes empíricos, en base a la literatura disponible, que le den sustento al análisis. Las variables a revisar son: materia prima agrícola y proveedores (5.1.); tipo de cambio nominal (5.2.); tipo de cambio real (5.3.); precios externos (5.4.); aranceles y barreras no arancelarias (5.5.); consumidores y cambios en sus hábitos (5.6.); capacidad ociosa y capacidad instalada (5.7.); tecnología y economías de escala (5.8.); integración horizontal e integración vertical (5.9.); eficiencia y productividad (5.10.); costos de transacción (5.11.); competitividad (5.12.); y factores ambientales (5.13.).

Este último capítulo tiene una clara finalidad pedagógica, en el sentido de proveer al lector de los elementos necesarios para comprender en mayor detalle el significado y las implicancias que tiene para esta actividad cada una de las variables listadas. Aquí quisiera destacar dos de ellas. La primera referida a los costos de transacción, pieza clave de la teoría económica moderna bajo el enfoque institucionalista, que le permite al autor señalar que el mercado, en todas sus modalidades (compra directa en mercados abiertos, compra a intermediarios, etc.), es la principal estructura de gobernanza para transacciones no específicas y recurrentes. En cambio, cuando las transacciones (activos) son específicas, dos tipos de estructuras de gobernanza son posibles: estructuras bilaterales, como la agricultura de contrato, donde se mantiene la autonomía de las partes, y estructuras unificadas, donde la transacción es removida del mercado y organizada dentro de la firma, sujeta a una relación de autoridad (integración vertical). La segunda constituye otro notable aporte del profesor Valenzuela, en el sentido de desglosar todos los posibles componentes de la capacidad ociosa en las plantas agroindustriales (uniproducto o multiproducto), atreviéndose a señalar que la capacidad excesiva en la agroindustria hortofrutícola puede ser también el resultado de una decisión planificada y racional de algunas de sus plantas para atender lo que perciben como una demanda futura en expansión (viable vía precios) sin tener que realizar nuevas inversiones (proceso de maximización de utilidades y de minimización de costos presentes y futuros). Es decir, ningún empresario del rubro adquirirá de modo continuo nueva tecnología cada vez que mejoren las condiciones de corto plazo. Agrega que las cifras relativas a la evolución experimentada por la agroindustria hortofrutícola chilena desde los años ochenta hasta 2018 muestran una clara tendencia creciente –con algunos altibajos–, lo que avalaría la racionalidad de las decisiones de aquellas empresas que invierten en tecnologías o capacidades de procesamiento sobredimensionadas o excedentarias para las demandas que enfrentan en la coyuntura (margen de reserva). Otro elemento que puede ser relevante en la capacidad ociosa de corto plazo es la disponibilidad de materias primas agrícolas. Así, desde esta perspectiva la capacidad excesiva podrá tener dos componentes esenciales: uno deseado (demanda futura en expansión) y uno no deseado (restricción agrícola). Luego de esta exposición teórica, el autor cuestiona las cifras que se exhiben sobre el tema a comienzos de cada década y llama a concordar una nueva metodología de cálculo.
Finalmente, el libro Elementos de Historia y Economía Agroindustrial del profesor Luis Adolfo Valenzuela Silva, está destinado a convertirse en una fuente de referencias y consultas de estudiantes, empresarios, investigadores, y agentes gubernamentales, interesados en comprender la importancia pasada, actual y futura de la agroindustria en Chile.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

Valenzuela Silva, Luis A. (2023). Elementos de Historia y Economía Agroindustrial. Ediciones UTEM. https://editorial.utem.cl/wp-content/uploads/sites/3/2023/08/libro-EHE-agroindustrial.pdf.